Wednesday, May 10, 2006

Cadáver exquisito I: Nick Drake


Realmente tenía ganas de realizarle un homenaje a Nick Drake y contar todo lo que adoro su música y sus discos geniales, etéreos, intensos, infinitamente tristes, esperanzadores en alguna extraña manera. Estuve leyendo su biografía, supongo que cuando uno analiza la vida de un suicida comienza ver cada uno de sus gestos como un signo no interpretado, latente, y se lanza a una búsqueda desesperada de pistas o señales que indiquen los motivos de su fatal decisión.

He llegado a la conclusión de que todo eso es en vano. ¿Sabían que Nick ostenta un record de atletismo en los 100 metros llanos? Lo consiguió durante la secundaria. ¿Se lo imaginan al compositor de Parasite en paños menores, corriendo a toda velocidad sobre una senda marcada con tiza? Bueno, fuck, imagínenselo. Le damos una enorme carga a los muertos, los llenamos de expectativas que nosotros no pudimos cumplir, creamos un fantasma a nuestra medida y lo adornamos con las ropas que mejor nos caben. Reducimos sus vidas a un conjunto de situaciones, un tanto patéticas, un tanto heroicas, que alimentan el mito y satisfacen nuestro ego.

Es natural pensar, al menos desde nuestra cultura, que un suicida muere por nosotros. La idea de un cordero que con su desaparición nos hace pensar sobre nuestra condición, el emma, está instalada en nuestra civilización con el propio Cristo, cuyo suicidio-homicidio-inmolación ha pasado a la historia y es el faro moral sobre el que giramos hace ya 2000 años.

No quiero ponerme a analizar la decisión del Dios católico de encarnarse en hombre y matarse a los 33 años, en todo caso, como Borges, me parece excelente literatura fantástica. A lo que voy es que esa decisión nos ha marcado profundamente y que ha agudizado esa idea, que de todas maneras ya los griegos habían desarrollado con un tipo como Aquiles (probablemente el primer Cobain de la historia), de la muerte prematura como una forma de heroísmo. Los muertos jóvenes no tienen oportunidad de equivocarse, los errores que cometen en vida son analizados a partir de su muerte como obstáculos por los que el héroe tuvo que pasar en su camino de redención. El suicidio, paradójicamente, es un acto de cobardía al que muy pocas personas se atreven.

A veces me llama la atención nuestra capacidad para vivir, un promedio de 75 años según últimas estadísticas, una vida cuyo sentido desconocemos por completo. ¿No les parece extraño? Pero es cierto que algunas personas son más sensibles que otras con respecto a esa pequeña inquietud. Algunos pueden ser almaceneros o publicistas toda la vida y jamás intuir la inconmensurable complejidad que implica la distancia entre el cielo y nosotros. Otros se hacen la gran pregunta, y el simple hecho de planteársela los vuelve un poco más inteligentes. En ese camino de interrogantes uno se termina aferrando a algo como eje para transitar la existencia: los hijos, la música, la literatura, la religión, el amor de una mujer, etc. Otros, los menos, se obsesionan con esa falta de respuestas y son incapaces de sujetarse a algo. Excesivamente conscientes de la falta de sentido de todo esto, se van apagando de a poco. Depresivos, suicidas, locos. Debe ser terrible.

La música de Nick suena etérea, parece no estar atada a nada terrenal sino a imágenes efímeras que el mundo nos otorga cada día, como el amanecer, el cielo, la luz del sol iluminándolo todo con cuidado, el tiempo que transcurre mientras uno mira el mundo a través de la ventana. Su voz suena tan natural como el viento golpeando las copas de los árboles antes de una lluvia torrencial, es como una flauta dulce que flota sobre nosotros y que se mezcla espontáneamente con el resto de las cosas.

Nunca logró aferrarse a nada. Se sabe de su misoginia, y hasta se ha comentado una reprimida homosexualidad. Nunca logró verdadera intimidad con otra persona. Fue capitán de su equipo de rugby de la secundaria, fue asiduo concurrente a recitales de folk y jazz durante su período universitario, pero nadie parecía conocerlo demasiado. Apenas le efectuaron una entrevista a lo largo de su vida, y sólo dio una docena de recitales, ya que sufría físicamente el proceso de tocar sus canciones frente a los demás. Sus tres discos fueron fracasos de ventas. Paul Weeler, que lo conocía bastante, ha dicho: “se fue alejando y alejando, hasta que finalmente desapareció”. Medía 1,90 y caminaba encorvado, era tímido y callado, me lo imagino deshaciéndose en uno de esos amaneceres ingleses inconmensurablemente tristes.

No hay situaciones heroicas en la vida de Nick. Realmente no tuvo una biografía llamativa. La única anécdota que ha pasado a la posteridad es aquella que relata que, avergonzado por lo poco que habían vendido sus dos primeros discos, dejó su obra final, el descomunal Pink Moon, a la secretaria de su compañía discográfica, pensando que quizás, y a pesar de todo, aún estaban interesados en hacer algo con el material. Se enteró poco después que habían editado el trabajo tal cual estaba, voz y guitarra únicamente, con algún agregado de piano. A diferencia de Morrison o Hendrix, Nick murió sin fama, sin éxito. Se volvió invisible, se termino de fundir con la naturaleza, se disipó en la bruma de la isla. No era un héroe, ni un ícono en desgracia. Su primer éxito lo consiguió 25 años después de muerto, cuando WolksVagen musicalizó una de sus publicidades con la canción Pink Moon. Toda una generación comenzó a conocer su obra perfecta, y se editaron box sets y grabaciones inéditas.

Cuando alguien se suicida, lo primero que viene a la cabeza de uno es “¿por qué?”. No hay respuestas, de la misma manera que no las había para el fallecido. He llegado a escuchar que Nick ni si quiera se suicidó, que tomó equivocadamente antidepresivos en lugar de pastillas para dormir, lo que provocó su muerte irremediable. La prueba está en que no dejó nota. ¿Importa eso ahora? ¿No es lo mismo? Cuando Kurt murió, la prensa quiso ver en él la alineación que miles y miles de jóvenes sufrían en un mundo inhumano, repleto de guerras por el petróleo y con un individuo tendiente a la desaparición frente a la máquina aplanadora de la TV. Falso. Se mató por razones personales, por causas de una profundidad aterradora, como un pozo oscuro del que apenas alcanzamos a vislumbrar el inicio. Lo mismo con Nick. Y uno, a veces, tiende a querer interpretar sus canciones o sus frases como un anticipo funesto. Pero no sirve de nada. Nadie muere por nosotros. Si la vida es un conjunto de símbolos, sólo una Inteligencia Superior es capaz de analizarlos, nuestro trabajo es más humilde y, si se quiere, más digno. Es tan suicida el Nick rugbier como el Nick que compuso Time has told me. Los dos se suicidaron, porque fueron uno.

La muerte nos justifica. La falta de éxito de los malogrados nos lleva a pensar que, si nuestro propio trabajo fracasa, el mundo es tan injusto como el mundo de Nick, o el de Kafka, o el de Van Gogh. Pero el mundo siempre es uno, el mismo lugar en el que Bill Gates hizo millones y en el que Florencia Peña es considerada una gran actriz. Nadie se suicida por vender poco o mucho. Sigue siendo una pregunta sin respuesta. Es cierto, Drake no tuvo tiempo para sacar un disco malo, su muerte prematura le impidió fallar; luego de la Velvet, Lou Reed editó algunos discos mediocres que lo humanizaron un poco, que lo volvieron falible. Preferimos al Che sobre Fidel, a Lennon sobre McCartney, a Polosecky sobre Pauls, y la lista es interminable. Pero los defectos y las virtudes de los cadáveres ya estaban ahí, los podemos ver si impedimos que la muerte lo cubra todo. ¡Qué lastima que Nick no pudo sacar más discos! Incluso alguno malo. Es importante recordar algo: él no era bueno porque estaba deprimido, era bueno a pesar de su depresión, que parecía consumirlo por dentro. La tristeza no es una condición necesaria del arte, Withman y Balzac lo demuestran. Pero los depresivos son más marketineros, mas inescrutables, enormes misterios sin respuestas posibles. Cito a Nick en esta genial frase de Fruit tree: “La fama es tan póco sólida como un árbol frutal, nunca florece hasta que su tronco está en el suelo”. Nick murió por Nick.

Me despido con esta carta que Robin Frederick, una música contemporánea que tuvo la oportunidad de conocerlo, escribió en 1997. La traducción es mía.

“En 1966, yo era una joven americana de 18 años viviendo en Aix-en-Provence, Francia. Era (y sigo siendo) una cantante y compositora. En aquél tiempo estaba cantando canciones folk clásicas y algunas propias en un cabaret de Aix con un amigo, Jon Sundell. Nick Drake vino a vernos al club De la Tartane durante el invierno del 66-67. Me contactó a través de un amigo y preguntó si me gustaría juntarme con él a tocar algunas canciones. Una tarde nos encontramos en una habitación de la universidad Aix-Marseilles, donde yo cantaba por las noches. Entre los temas que toqué para él había uno llamado Been Smoking Too Long, que era mío. Me encantaría recordar qué canciones me tocó él a mí, pero no puedo. Sólo recuerdo su voz hermosa, intensa, apacible, honesta. Me enamoré de él aquella noche, pero era demasiado insegura para decírselo.

Después de eso, solía venir a mi departamento tarde en las noches y entonces nos cantábamos canciones. No recuerdo que haya tocado alguno de sus temas. Debería haber compuesto algo para entonces, pero quizás no se sentía listo para compartirlas conmigo. No sé. Tocaba canciones de Bob Dylan, Bert Jansch, y otros cantautores contemporáneos. Lo recuerdo cantando una canción llamada Changes, escrita por Phil Ochs, que le gustaba mucho.

Sit by my side
Come as close as the air
Share in a memory of grey
Wander through my words
And dream about the pictures that I play
Of changes

Tengo la sensación de que Nick estaba absorbiendo todo lo que sucedía alrededor, música, letras, miradas, sonidos, gente; sosegadamente tomándolo todo. Aún cuando era tímido y reservado, tenía una presencia poderosa que parecía acercar la gente hacia él. Ciertamente era lindo, y eso, más su quietud natural, hace que sea sencillo endilgarle un conjunto de fantasías a su alrededor. Baudelaire, Rimbaud, todo ese asunto de los “Poetas Malditos”. Esto era el sur de Francia, después de todo, y éramos escritores y cantantes recorriendo las inmortales calles donde pintó Cezzane y murió Rimbaud. Yo era bastante buena imaginándome a mí misma como un montón de personas que no era. Así que era fácil envolver a Nick con el halo oscuro de Baudelaire. No estoy segura hasta qué punto interpretó Nick ese papel. Más que un poco, según recuerdo.

Los verdaderos “Poetas Malditos” eran escritores exquisitos pero, en general, gente no muy simpática. Y tenían relaciones espantosas. Así que yo esperaba lo peor. (Esa es mi excusa, de todos modos.) Una tarde, antes de que él partiera a África, Nick me pidió que nos juntáramos en un café, y nunca apareció. Yo estaba furiosa. Y herida. Escribí una canción que era un tercio ira y dos tercios victimización. Se llamaba Sandy Grey. Después dejé todo y me fui a Grecia. Quizás sobreactué un poquito.

Nunca volví a ver a Nick. Pero aquél verano, haciendo dedo para llegar a Londres, me encontré con Jon Martin. El había grabado Sandy Grey en su primer disco, London Conversation. Esto era el verano del 67 y no creo que Jon haya conocido a Nick aún, o si lo había hecho yo no estaba enterada. Nunca le dije a Jon por quién había escrito la canción, así que estoy segura que Nick nunca lo supo.

Nick apareció en mi vida una vez más, en 1992. Yo estaba terminando mi propio disco, How Far? How Long?. Fue a través de uno de los dueños de la disquera Higher Octave que supe del álbum Time of no Reply. Lo estaba escuchando en mi estudio de Malibu cuando oí Been Smokin Too Long, una canción que había olvidado por completo. Fue un sentimiento de lo más extraño, confuso en realidad, escuchar cantar a Nick una canción que yo sentí que de algún modo estaba conectada a mí. No fue hasta que llegó a una línea cuya letra había modificado que supe que la canción era mía. Yo recordaba claramente que había escrito una letra diferente, no la que él había cantado.

Mientras escuchaba a Nick cantando la canción aquél día, tomé conciencia de que la había grabado en 1967 y que yo la estaba escuchando 25 años después. Pero de algún modo los años se volvieron horas. O una escasa distancia que casi podía alcanzar. Como si el tiempo se hubiera vuelto espacio, y yo estuviera parada en un puente, entre el “entonces” y el “ahora”. Debe haber alguna ley física que trate sobre esto, quizás la perdida teoría de la relatividad emocional de Einstein.

Soy y he sido una devota Romántica. Como muchos poetas y artistas, fui atraída por el lado oscuro del romanticismo. Durante años escribí desde un lugar de tristeza y abandono, como Nick había hecho. No sé cómo algunas personas sobreviven a ese lugar mientras que otras, como Nick, son empujadas aún más por la oscuridad. La depresión es una enfermedad de la que aún sabemos poco, aunque ahora hay algunos tratamientos efectivos para tratarla. Durante los 80´ viví durante cinco años con un tipo cuyos pozos de depresión lo llevaron en última instancia al suicidio. Hice todo lo que pude para ayudarlo, pero su dolor estaba más allá de mi alcance. Obtuve un mejor entendimiento de lo que le estuvo pasando cuando leí el libro de William Styron “Darkness Visible”, un recuento terrible y muy bien escrito de su lucha contra su propio pozo.

Cuando escucho la música de Nick, especialmente Pink Moon, deseo poder cruzar realmente ese puente, aquél que divide el “entonces” y el “ahora”. Deseo poder volver y cantar para él una vez más. Deseo poder tocarle las canciones que escribo ahora, tan diferentes de las que escribía entonces. Quisiera agradecerle por componer From the morning y por el exquisito cambio de tono en el estribillo de Things behind the sun. Y, aún cuando sé que no hubiera marcado una diferencia con el modo en el que se dieron las cosas finalmente, quiero decirle que lo amo. De algún modo, de alguna manera, sé que eso puede suceder. El amor nunca está realmente perdido, y, si las dejamos salir, todas las cosas vuelven a nosotros otra vez.”

Nota posterior

Cito al maestro Borges para ampliar aquello que he opinado en el comienzo de este artículo:

“Wilde atribuye la siguiente broma a Carlyle: una biografía de Miguel Ángel que omitiera toda mención de las obras de Miguel Ángel. Tan compleja es la realidad, tan fragmentaria y simplificada la historia, que un observador omnisciente podría redactar un número indefinido, y casi infinito, de biografías de un hombre, que destacan hechos independiente y de las que tendríamos que leer muchas antes de comprender que el protagonista es el mismo. (...) No es inconcebible una historia de los sueños de un hombre; otra, de los órganos de su cuerpo; otra, de las falacias cometidas por él; otra, de todos los momentos en que se imaginó las pirámides; otra, de su comercio con la noche y las auroras (...)”.

Borges ha dicho que su deuda con Carlyle es tan vasta que “especificar una parte parece repudiar o callar las otras”. El mismo dictamen le cabe a él cada vez que intento escribir algo.

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Saturday, May 06, 2006

Antología de un funeral ruidoso

Todo o casi todo lo que uno piensa nace de las experiencias personales. La idea de escribir este artículo surgió en la oficina en la que trabajo, algunos días atrás. Primero quiero aclarar algo: hago guiones para dibujitos animados de historia argentina. Estuve trabajando en un guión sobre la Revolución de Mayo (estructurado como parodia de la película The Breakfast Club), pero el calor me cansó y decidí darme un respiro y ponerme a ver televisión. Hay un aparato de 25 pulgadas en la sala junto a la mía. Tiene cable, lo cual es casi milagroso, teniendo en cuenta que en mi departamento apenas si puedo agarrar bien Canal 7. Los demás estaban conmigo, relajados, alguno con los pies sobre la mesa, depositando esperanzas en un ventilador que no lograba aliviar a nadie. Con el control remoto hacía zapping, mi tendencia natural es ir hacia los canales de música. Llego a MuchMusic. La veo a Brooke Burke, la morocha de Wild On!, y pienso: su programa se mudó de canal. Pero no. Escucho INXS, Suicidal Blonde. Aparecen los integrantes del grupo, todos a excepción (claro está) del bueno de Hutchence. No sé ni quiero saber sus nombres, pero son viejos, bronceados a cama solar, de escasos cabellos amontonados bajo toneladas de gel, con lentes enormes y camperas chillonas, con arrugas que el maquillaje jamás va a poder ocultar. Es un reality show. Los participantes, todos lindos, con dos o tres gordas intercaladas para no quedar mal (que jamás bajo ningún punto de vista van a ganar), miran a cámara como modelos de una agencia decadente, disfrazados de lo que ellos suponen es un rockero, algunos dándoselas de sensibles. Cantan alguna canción frente al jurado (que además de INXS está integrado por el desalmado Dave Navarro, como para insertar una figura mediática) y luego los tipos (¡la banda!) tienen que decidir quién se va. Como Operación Triunfo, pero peor. ¿Por qué peor? Bueno man, Hutchence se mató, se ahorcó, se colgó de un cinturón y se quitó la vida, y estos tipos están ahí buscándole un reemplazante, comportándose como un montón de monigotes desesperados por la guita. Un amigo me dijo:

-¿Qué querés con INXS? Chequea la biografía de los Stooges si querés rock. De estos no se puede esperar nada.

Seguro que no espero nada. No tengo un solo disco de INXS en casa. Pero el programa se llama RockStar, es decir, se vende como un producto rockero. Y MuchMusic es una de los tres cadenas de música que uno puede ver cuando enciende la tele. Y me salió del alma, eso que han dicho tantas veces me salió del alma:

-El rock está muerto.

¿Cuántas veces antes que yo alguien dijo o pensó lo mismo? ¿Hace cuánto que se viene diciendo que el rock está muerto? Se me ocurrió hacer una antología de eso, de las ocasiones en las que el rock ha sido fusilado frente a un paredón, siempre por sus propios soldados. Porque el rock es suicida, o traidor, es decir, lo matan sus propios músicos. Después vuelvo a la oficina.

Quiero aclarar que he buscado, en esta compilación, literalidad. No me sirve una canción-parábola sobre la muerte del rock o alguna declaración prepotente en contra de la enajenación de la industria musical. Busco la frase fatal: el rock está muerto. Sobre los hombres no tenemos dudas, salvo algún dictador argentino de bigotes, conocemos sólo dos formas de pensar al ser humano: vivo o muerto. Aquellos que afirman o han afirmado alguna vez que el rock murió son a los que me aboco, porque han sido tajantes.

El rock no se dio mucho tiempo de vida. Recordemos la terrible frase de Pete Thowsend, que Roger Daltrey cantaba con la típica desidia de la época: hope I die before I get old. El rock fue trasgresor desde un inicio. Quizá su mensaje no fuera explícito, pero la carga sexual de la música de Elvis y los riffs desenfrenados de Chuck Berry causaban verdadero revuelo entre los padres de la época, que veían cómo sus hijos querían parecerse más a esos energúmenos de pantalones de cuero que a ellos mismos. Sobre la sociedad de la época sobrevolaba una idea de agotamiento que los jóvenes (no contaminados por Hitler, el holocausto o la derecha norteamericana) vinieron a marcar a través de esa herramienta sonora que era el rock, descendiente directo de la música negra afroamericana. Por eso el grito de los Who, porque volverse viejo era ser como esos padres, que habían construido una sociedad rigurosa en la que cualquier cosa que saliera del molde era mal vista. Hoy, el bueno de Pete sigue girando con su banda, sin Moon y Enwistle, los dos muertos. Daltrey está sordo de un oído y necesita coristas para llegar a las notas altas. ¿El rock murió? Bowie también dijo algo parecido, que quería morir a los 25 años. Hoy tiene arriba de 60 y un banco a su nombre. Sigue sacando discos. ¿El rock murió? Bueno, el rock planteó plazos que luego no pudo cumplir. Siguió viviendo.

Uno de los primeros registros que se tienen de la aciaga frase datan, y esto es significativo, de 1956. La banda se llamaba Maddox Brothers and Rose, eran blancos, sureños y hacían rockabilly. Editaron un single cuyo nombre era, literalmente, The death of rock and roll. ¿En qué contexto se dijo semejante cosa? Bueno, ya se hablaba por entonces de la pureza del rock, defendiendo sus elementos musicales por encima de los bailes y los meneos de un tipo como Elvis, que según su opinión no sabía ni tocar ni cantar. Kevin J. H. Dettmar dice en su libro Is rock dead? que Elvis y los Maddox compartieron fechas en Louisiana y que, tanto los músicos como los críticos, deploraban la histeria que se generaba en los shows del muchachito de Memphis y las reacciones que generaba en las jóvenes (otra vez, la carga sexual del rock como elemento trasgresor casi primitivo). Así lanzaron en septiembre del 56 ese single con pronóstico funesto, que en realidad era un cover de un clásico de Ray Charles, I Got a Woman. Ya vemos la idea de un elemento conservador siendo avasallado por un elemento trasgresor.

El rock tuvo su estallido en los sesenta, a pesar de los hermanitos Maddox. Los Beatles, los Stones, Dylan, la Velvet, los Beach Boys, Hendrix, Zeppelin, todos lanzaron sus primeros discos en aquella década. Parecía que el rock iba a ser eterno. Pero como dijo Lennon en su legendaria entrevista a Jan Wenner para la Rolling Stone, “the dream is over”. El sueño terminó acabándose entre toneladas de merca, groupies embarazadas con los ojos en compota, la guerra de Vietnam, músicos ahogados en sus propios vómitos, discos solistas de McCartney, la tristeza total. El rock llegó a plantearse como una forma revolucionaria, y fracasó sin dudas. Se adoptó la pose y la estética, pero el contenido (si es que alguna vez hubo algo parecido a un contenido) se volvió con el tiempo un motivo de risa o en un lindo loop para temas de Primal Scream. Era lógico. Los Doors lanzan en 1969, en este contexto, Rock Is Dead, hoy casi un disco pirata, una obra cansada y despojada de cualquier intención de belleza, que combina algo de la poesía de Morrison, que pasó de icono sexual a gordo borracho que no querés que caiga a tu cumpleaños, con covers fatigados de viejas gemas del rock. Era como ver el pasado a través de una botella de whisky, rendir tributo a esa época en la que los músicos aún podían divertirse y pasarla bien. Era un tributo filtrado por una triste nostalgia, una melancolía envidiosa: ¿cómo pudieron estos tipos haber sido tan inocentes? Canciones dedicadas al amor puro eran, para Jim y sus amigos, con todo lo que estaba pasando, casi como un dibujito de Disney en el medio de una trinchera oscura. La juventud desencantada de sí misma, comandando un movimiento que no pudo triunfar. Ya no había a nadie a quien culpar. Había que mirarse en el espejo.

Recuerdo una frase que una profesora de Semiótica me dijo alguna vez: cuando un género es parodiado, ese género está muerto y necesita reformularse para seguir viviendo. No puedo creer que lo recuerde, ya que la semiótica no me gusta y son contadas las ocasiones en las que prestaba verdadera atención. Pero si esa horrible mujer (fumadora compulsiva, soltera a los 45, con problemas dentales muy mal curados) tiene razón, entonces ya a comienzos de los 70, grupos como Alberto y los Trios Paranoias estaban entonando el réquiem final del rock. Explícitamente, uno de sus discos se llamaba The death of rock and roll. Se burlaban de la grandilocuente música de estadios que se estaba haciendo cargo del negocio en ese momento. Incluso montaban un show llamado Sleak, en el que el cantante cometía suicidio en el escenario, frente a un público eufórico, algo que sucedió realmente en la vida de tipos como Lou Reed o Iggy Pop. Llegado a este punto, con músicos mofándose de los peores excesos de los Who o de Floyd, el rock efectivamente se reformuló en ese glorioso movimiento llamado punk. Porque el punk parte de la misma idea de la que parte Alberto y los Trios Paranoias (que no casualmente son de Manchester): el rock está muerto. Y fue ese el lugar del que arrancaron Rotten, Strummer, Devoto, todos ellos: salieron a hacer canciones de dos o tres acordes y de dos o tres minutos como máximo, con bajistas que apenas sabían tocar el bajo y cantantes con problemas de dicción. Humanizaron el rock, lo volvieron una herramienta posible para que los pendejos ingleses que veían a su país en llamas pudieran expresarse, sean o no virtuosos o integrantes del grupo Yes. Lo bajaron de los enormes escenarios en los que estaba montado.

¿Y? ¿Entonces? ¿El rock murió? ¿El punk fue su Harvey Lee Oswald? Con riesgo a parecer un snob aburrido, es interesante aplicar la dialéctica de Hegel al estudio del rock. Pensemos justamente en el punk. Encontramos un orden establecido, el rock de estadios (tesis). Luego una reacción a esa situación, digamos Nevermind the bollocks (antítesis). Finalmente, la asimilación de esa reacción por parte del sistema, tomándola como un elemento nuevo que en lugar de destruirlo lo hace más fuerte (síntesis). Porque, hay que decirlo, el punk fue absorbido por la industria, que editó sus singles y ofreció contratos a todo el mundo. Los discos de los Ramones ya estaban en la calle y a pesar de su indiscutible calidad artística, no lograban el éxito deseado. Los Pistols se separaron por su propio carácter autodestructivo. Los Clash viraron hacia la izquierda comandados por el inquebrantable Joey Strummer. Recuerdo que durante los ochenta los malos de las películas americanas vestían como punks, y enseguida se me viene a la mente el inicio de Terminator I, en el que los pandilleros (entre ellos un joven Bill Paxton) parecen integrantes perdidos de los 13° Floors Elevators.

¿A qué viene esta digresión? A que luego de que el estallido punk se acallara y pasara a ser sólo una nueva cara del monstruo, la identidad del rock comenzó a discutirse, a debatirse, a ponerse en juego. Y el dinero, que siempre fue el verdadero dueño del circo, gobernando las decisiones de los sellos discográficos, programando las emisoras de radio y televisión, evaluando a los artistas según su éxito financiero y la cantidad de placas que venden, en un juego monetario al que la mayoría de los músicos se prestaron sin muchos problemas, ese dinero, encontró su mejor aliado a mediados de los ochenta: MTV. MTV le dio imagen al rock, comenzó a decidir (inevitablemente, por otro lado) lo que era bueno y lo que era malo, y pasó de ser un canalcito que pasa vídeos a ser una empresa multinacional que vende celulares, amolda cerebros y fomenta el consumo desenfrenado de un porcentaje atemorizante de la juventud. Tengo la sensación idiota de que si algo que me gusta aparece en MTV (algún artista, alguna canción), ese algo ha sido prostituido en algún punto. Porque luego de él vendrá seguramente el reality show de Jessica Simpson o el vídeo de Airbag, es decir, la peor banalización. Nunca esperé ver a Stephen Malkmus en Cribs, y esa es una de las razones por la que respeto su integridad artística. ¿Si pudiera, formaría parte de ese circo el bueno de Stephen? Mejor no hacerse la pregunta. Goodbye to the rock and roll era.

¿Entonces MTV y la globalización terminaron de fusilar al rock? Tampoco. Hay toda una escuela teórica que cree que el rock es un movimiento juvenil idealista asesinado por las multinacionales y el poder corruptor de la televisión. Pero eso no es cierto. Ya los dólares regían mucho antes, y ya junto a los Beatles salían de gira los Monkees. Es decir, ya había música barata y bandas pop con coreografía y toda esa basura. El rock tiene tantas definiciones como personas intenten definirlo. La oposición entre un orden conservador y otro renovador es un elemento utilizado por la sociología para estudiar la dinámica de las sociedades. Pero es también un sistema abstracto que puede aplicarse a toda invención humana. Todo aquel músico que cree que su idea de rock no es respetada o es avasallada por otros músicos nuevos, declara con resentimiento que ha muerto.

Hay varios ejemplos. La banda de Tommy Dunbar, The Rubinoos, expertos en gemas pop y perpetuos relegados de los charts, editaron en 1977 un disco homónimo que incluía la canción Rock and roll is dead. Claro, el rock que les ganaba en los rankings no se parecía al que ellos hacían, pariente de los primeros Beatles y del pop más naif de los sesenta. La misma lógica reina en el tema Rock and roll is dead de los Rubettes, ingleses contemporáneos que (para que se hagan una idea) tenían un tema llamado My Buddy Holly Days, y hacían covers de canciones como Roll Over Bethoven. Los días del gran Buddy habían terminado, sin duda. Luego está el caso del retrorockero Ben Vaughn (que le hace la música a sitcoms estadounidenses como That 70´s Show o Third Rock from the Sun). Ben, montado en su Rambler 65, salió a recorrer su país y a recrear gemas countrys y rockabillys. Tuvo, además, el tiempo suficiente como para criticar el estado actual de la música que tanto ama en la canción Rock is dead.

No quiero ponerme a efectuar una enumeración aburrida, porque la mayoría de los artistas que pronunciaron la frase son llevados por esa razón común: esto no es rock, que generalmente esconde la idea este no es el rock que hago yo. Basta decir que el caso de homicidio más reciente es el de los Hellacopters, que a finales del reciente 2005 sacaron un disco llamado, expresivamente, Rock & Roll Is Dead. Es interesante comprobar que las declaraciones de este tipo proliferan luego de los setenta, momento en el que, habíamos dicho, comienza a buscarse una identidad para todo este lío. Incluso los Stones lanzan el single It´s only rock and roll but I like it, como si se estuvieran disculpando, como si se estuviera admitiendo que el rock and roll es algo estúpido o avergonzante o un placer demasiado simplón.

Los casos más resonantes son, sin dudas, los de Lenny Kravitz y Marilyn Manson, cuyas canciones sobre la muerte del rock llegaron a ser, incluso, hits de MTV . El caso del Reverendo es clásico: para él, el rock ha perdido su carácter trasgresor y por lo tanto ha fallecido sobre su propio conservadurismo. Quizás esto vaya de la mano con el hecho de que el propio Manson ha dejado de juntar religiosos en las afueras de los estadios en los que toca, transformándose en otro monstruo tragado por la maquinaria kafkiana de las multinacionales. Lo de Kravitz es diferente, porque Rock and Roll is dead es más autoreferencial que un ensayo sobre el estado de las cosas. Sería un caradurismo de su parte plantear la canción de otra manera, ya que entonces se puede suponer que viene bailando sobre la tumba del rock hace ya quince largos años.

¿A qué conclusión arribar? Los límites de la música contemporánea son cada vez más difusos, y están en permanente expansión. Antes se podía reaccionar ante algo, los roles de cada uno de los actores estaban claros y el transgresor y el conservador se conocían bien las caras. Pero ahora, con la irrupción de Internet, con la multiplicación de canales de difusión gratuitos, la música tiende a segmentarse. A la globalización le ha salido el tiro por la culata. En esta misma revista hay una nota al cantante de los Mountain Goats, banda que conocí de casualidad, navegando en la red, y debo admitir que soy fan de los Black Keys (dúo blusero estadouinidense) por haber puesto equivocadamente la palabra Keys en el Google. Los chicos comienzan a pasar más tiempo frente a la computadora que frente al televisor, sus intereses se van ramificando y, aunque Internet sigue funcionando sobre todo como perfecta herramienta para acceder a la pornografía, también permite bajar el disco del artista que se desee en unas pocas horas. Los críticos especializados están diciendo que el mejor disco del año 2005 fue Illinoise de Surfean Stevans. Es gracioso saber que la mayoría lo tiene copiado en un Verbatim. ¡Y es el mejor disco del año! Suponer que bajar música de Internet es un robo, es estúpido. Es mucho más que eso: se trata de una tendencia cultural, de una nueva forma de acceder al arte. La industria debe transformarse en ese sentido, a pesar de todos los Lars Ulrich del mundo.

El músico, por otro lado, también es influido por esta nueva realidad. Antes sus discografías eran similares, manejaban siempre los mismos títulos. Ahora ha dejado de ser así, cada uno se ve influenciado por música muy distinta y eso permite la creación de múltiples estilos que se van fusionando y mezclando en el eterno devenir de las cosas. En última instancia seguiremos midiendo la música por el alma que uno pueda detectar detrás de ella. Pero una cosa es segura: el rock no está muerto. Pensar que lo está porque ya no se parece a lo que a nosotros nos gusta es idiota. Además, ¿cómo juzgarlo muerto si en la página purevolume.com hay miles y miles de canciones con miles y miles de bandas que esperan ser escuchadas? El rock tiene un carácter más universal que cualquier otra música de raíz folclórica, el country o el tango para ejemplificar, y es por eso que ha ganado la batalla: porque puede meterse en todos los mercados del planeta. El rock es un enorme pozo negro que absorbe miles de estilos, no se trata ya de la música de Chuck Berry, calificamos como rockeros a artistas tan disímiles como Elton John o Lemmy de Motorhead. Por eso las diferencias y los homicidios retóricos. Nunca escuche que un compilado de chamamé se denominara El chamamé esta muerto.

Para cerrar, quiero apelar al ya nombrado Dettmar y a su libro Is Rock Dead? Dettmar utiliza el clásico de Joseph Conrad, Heart of Darkness, para establecer una metáfora sobre la ceguera necia de aquellos que pronostican el aciago fin del rock. Cito: “(...) La narración de Charlie Marlow sobre las “últimas palabras” del Coronel Kurtz es, creo, una escena generalmente malentendida. Las palabras de Kurtz que cierran este capitulo, “¡El horror! ¡El horror!” son las más famosas de la literatura moderna, y han sido vistas por críticos posteriores como un perfecto análisis del Siglo XX. Pero estudiando el texto de Conrad con mayor profundidad, descubrimos que “¡El horror! ¡El horror!” no es necesariamente la última frase de Kurtz; en realidad, es la última frase que Marlow, nuestro protagonista y narrador, se acerca a escuchar. “¡El horror! ¡El horror!”es la última frase de Kurtz sólo porque luego de que fue pronunciada, Marlow apagó la vela de un soplido y salió del camarote de Kurtz. Es luego, mientras Marlow come su bocado, que se oye que un muchacho anuncia “Kurtz – ha muerto”. El momento en que Kurtz ha muerto verdaderamente, y cuáles fueron de hecho sus últimas palabras, ni Marlow ni nosotros los lectores lo sabremos jamás. (...) Debemos decir, entonces, que Kurtz murió porque Marlow dejó de escuchar. (...)

No apaguemos la vela entonces, sigamos escuchando. Hay un montón de rock ahí afuera. A pesar de INXS, Brooke Burke y Dave Navarro.

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Tuesday, May 02, 2006

Debajo de los adoquines

Seguí con mucha atención la repercusión que en los medios argentinos tuvo el conflicto suscitado en Francia, con motivo del intento de implementación de una bochornosa ley de empleo para menores de 25 años. Las protestas, llevadas a cabo por los mismos jóvenes, algunos universitarios, otros ya no, impidieron que la legislación se hiciera efectiva, y honestamente me sorprendí mucho viendo a tantos pibes comprometidos con una causa de índole social, en una época en la que el cinismo lo paraliza todo.

Los sucedido este año en Paris llevó a muchos a decir que se trataba de un nuevo “mayo francés”, y comenzaron a establecerse comparaciones con lo sucedido durante el 68. La ley, como he dicho, es indignante, y sólo logra reflejar el rancio olor que despiden las instituciones de viejos países-potencia como Francia o Inglaterra, aferrados desde su parte dirigencial a un pasado más relacionado con el pirata Drake o la era isabelina que con la realidad que les está estallando en la cara, repleta de inmigrantes africanos y árabes, los mismos que esclavizaron hace menos de 100 años, y que ahora exigen simplemente que se respeten sus derechos. Francia, la idea romántica de Francia, se esta extinguiendo, esta mutando en este mismo momento, y como todo cambio enfrenta un orden conservador y otro renovador que entran en conflicto. ¿O no? Hay algunas actitudes que me llevan a replantearme esto último. ¿Se trata verdaderamente de dos órdenes en pugna?

Durante el mayo francés, los manifestantes querían ver “flores debajo de los adoquines”, se trataba de un movimiento de base marxista pero, vale decirlo, una base muy distinta a la actual. Dados los evidentes excesos del capitalismo de las megacorporaciones y los capitales sin rostro, invisibilidad que vuelve aún más terrorífico al monstruo, el marxismo se ha vuelto, si es que cabe, excesivamente materialista. Las discusiones se plantean desde términos como distribución del ingreso o remuneración justa del empleo. La voracidad del neoliberalismo ha incluso cambiado el rostro de su contrapartida clásica de los últimos 150 años, el materialismo dialéctico, hasta volverlo una forma diferente de aplicación económica. No es que esté bien o esté mal, es lo que estos tiempos parecen exigir.

El mayo francés trataba de cambiar la sociedad, el marxismo era para los manifestantes una forma de plantear un mundo libre y justo, en la que todos los hombres fueran responsables de su destino como seres angustiantemente independientes. Con una mezcla de surrealismo, existencialismo y marxismo buscaban transformar el mundo, darlo vuelta, sacudirlo en su propia modorra, plantear nuevas verdades, reconfigurarlo. Ver flores.

Las protestas de este año son, en este sentido, absolutamente opuestas. Los jóvenes no quieren cambiar el mundo, ¡sólo quieren entrar a él! Las manifestaciones no buscan replantearse la naturaleza de las instituciones que los rigen, sino lograr que estas sean más flexibles y permitan que pibes como ellos, recibidos de las universidades, pueden ser parte de su estructura y recibir a cambio un sueldo justo a fin de mes. No más flores, sino adaptación al mundo al que vivimos y oportunidad para poder obtener un empleo seguro que les permita irse de vacaciones al Glaciar Perito Moreno y comprarse un I-pod de 2 gb. Pragmatismo: hemos levantado las baldosas, sabemos que debajo hay hormigas negras recorriendo en línea la tierra húmeda de los edificios.
La diferencia entre una persona que quiere detonar el mundo y construir uno a su criterio más justo y otra que pide por favor que ese mismo mundo no lo excluya, es enorme. La diferencia entre el marxismo de los 60 y el actual es enorme. La diferencia entre un pibe que come una hamburguesa de queso en McDonalds y otro que le entrega una estampita pidiéndole a cambio unas monedas es enorme. ¿Hay dos órdenes opuestos en pugna? Lo dudo. Son dos caras del mismo monstruo. El mismo monstruo invisible.

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