Debajo de los adoquines
Seguí con mucha atención la repercusión que en los medios argentinos tuvo el conflicto suscitado en Francia, con motivo del intento de implementación de una bochornosa ley de empleo para menores de 25 años. Las protestas, llevadas a cabo por los mismos jóvenes, algunos universitarios, otros ya no, impidieron que la legislación se hiciera efectiva, y honestamente me sorprendí mucho viendo a tantos pibes comprometidos con una causa de índole social, en una época en la que el cinismo lo paraliza todo.
Los sucedido este año en Paris llevó a muchos a decir que se trataba de un nuevo “mayo francés”, y comenzaron a establecerse comparaciones con lo sucedido durante el 68. La ley, como he dicho, es indignante, y sólo logra reflejar el rancio olor que despiden las instituciones de viejos países-potencia como Francia o Inglaterra, aferrados desde su parte dirigencial a un pasado más relacionado con el pirata Drake o la era isabelina que con la realidad que les está estallando en la cara, repleta de inmigrantes africanos y árabes, los mismos que esclavizaron hace menos de 100 años, y que ahora exigen simplemente que se respeten sus derechos. Francia, la idea romántica de Francia, se esta extinguiendo, esta mutando en este mismo momento, y como todo cambio enfrenta un orden conservador y otro renovador que entran en conflicto. ¿O no? Hay algunas actitudes que me llevan a replantearme esto último. ¿Se trata verdaderamente de dos órdenes en pugna?
Durante el mayo francés, los manifestantes querían ver “flores debajo de los adoquines”, se trataba de un movimiento de base marxista pero, vale decirlo, una base muy distinta a la actual. Dados los evidentes excesos del capitalismo de las megacorporaciones y los capitales sin rostro, invisibilidad que vuelve aún más terrorífico al monstruo, el marxismo se ha vuelto, si es que cabe, excesivamente materialista. Las discusiones se plantean desde términos como distribución del ingreso o remuneración justa del empleo. La voracidad del neoliberalismo ha incluso cambiado el rostro de su contrapartida clásica de los últimos 150 años, el materialismo dialéctico, hasta volverlo una forma diferente de aplicación económica. No es que esté bien o esté mal, es lo que estos tiempos parecen exigir.
El mayo francés trataba de cambiar la sociedad, el marxismo era para los manifestantes una forma de plantear un mundo libre y justo, en la que todos los hombres fueran responsables de su destino como seres angustiantemente independientes. Con una mezcla de surrealismo, existencialismo y marxismo buscaban transformar el mundo, darlo vuelta, sacudirlo en su propia modorra, plantear nuevas verdades, reconfigurarlo. Ver flores.
Las protestas de este año son, en este sentido, absolutamente opuestas. Los jóvenes no quieren cambiar el mundo, ¡sólo quieren entrar a él! Las manifestaciones no buscan replantearse la naturaleza de las instituciones que los rigen, sino lograr que estas sean más flexibles y permitan que pibes como ellos, recibidos de las universidades, pueden ser parte de su estructura y recibir a cambio un sueldo justo a fin de mes. No más flores, sino adaptación al mundo al que vivimos y oportunidad para poder obtener un empleo seguro que les permita irse de vacaciones al Glaciar Perito Moreno y comprarse un I-pod de 2 gb. Pragmatismo: hemos levantado las baldosas, sabemos que debajo hay hormigas negras recorriendo en línea la tierra húmeda de los edificios.
La diferencia entre una persona que quiere detonar el mundo y construir uno a su criterio más justo y otra que pide por favor que ese mismo mundo no lo excluya, es enorme. La diferencia entre el marxismo de los 60 y el actual es enorme. La diferencia entre un pibe que come una hamburguesa de queso en McDonalds y otro que le entrega una estampita pidiéndole a cambio unas monedas es enorme. ¿Hay dos órdenes opuestos en pugna? Lo dudo. Son dos caras del mismo monstruo. El mismo monstruo invisible.
Los sucedido este año en Paris llevó a muchos a decir que se trataba de un nuevo “mayo francés”, y comenzaron a establecerse comparaciones con lo sucedido durante el 68. La ley, como he dicho, es indignante, y sólo logra reflejar el rancio olor que despiden las instituciones de viejos países-potencia como Francia o Inglaterra, aferrados desde su parte dirigencial a un pasado más relacionado con el pirata Drake o la era isabelina que con la realidad que les está estallando en la cara, repleta de inmigrantes africanos y árabes, los mismos que esclavizaron hace menos de 100 años, y que ahora exigen simplemente que se respeten sus derechos. Francia, la idea romántica de Francia, se esta extinguiendo, esta mutando en este mismo momento, y como todo cambio enfrenta un orden conservador y otro renovador que entran en conflicto. ¿O no? Hay algunas actitudes que me llevan a replantearme esto último. ¿Se trata verdaderamente de dos órdenes en pugna?
Durante el mayo francés, los manifestantes querían ver “flores debajo de los adoquines”, se trataba de un movimiento de base marxista pero, vale decirlo, una base muy distinta a la actual. Dados los evidentes excesos del capitalismo de las megacorporaciones y los capitales sin rostro, invisibilidad que vuelve aún más terrorífico al monstruo, el marxismo se ha vuelto, si es que cabe, excesivamente materialista. Las discusiones se plantean desde términos como distribución del ingreso o remuneración justa del empleo. La voracidad del neoliberalismo ha incluso cambiado el rostro de su contrapartida clásica de los últimos 150 años, el materialismo dialéctico, hasta volverlo una forma diferente de aplicación económica. No es que esté bien o esté mal, es lo que estos tiempos parecen exigir.
El mayo francés trataba de cambiar la sociedad, el marxismo era para los manifestantes una forma de plantear un mundo libre y justo, en la que todos los hombres fueran responsables de su destino como seres angustiantemente independientes. Con una mezcla de surrealismo, existencialismo y marxismo buscaban transformar el mundo, darlo vuelta, sacudirlo en su propia modorra, plantear nuevas verdades, reconfigurarlo. Ver flores.
Las protestas de este año son, en este sentido, absolutamente opuestas. Los jóvenes no quieren cambiar el mundo, ¡sólo quieren entrar a él! Las manifestaciones no buscan replantearse la naturaleza de las instituciones que los rigen, sino lograr que estas sean más flexibles y permitan que pibes como ellos, recibidos de las universidades, pueden ser parte de su estructura y recibir a cambio un sueldo justo a fin de mes. No más flores, sino adaptación al mundo al que vivimos y oportunidad para poder obtener un empleo seguro que les permita irse de vacaciones al Glaciar Perito Moreno y comprarse un I-pod de 2 gb. Pragmatismo: hemos levantado las baldosas, sabemos que debajo hay hormigas negras recorriendo en línea la tierra húmeda de los edificios.
La diferencia entre una persona que quiere detonar el mundo y construir uno a su criterio más justo y otra que pide por favor que ese mismo mundo no lo excluya, es enorme. La diferencia entre el marxismo de los 60 y el actual es enorme. La diferencia entre un pibe que come una hamburguesa de queso en McDonalds y otro que le entrega una estampita pidiéndole a cambio unas monedas es enorme. ¿Hay dos órdenes opuestos en pugna? Lo dudo. Son dos caras del mismo monstruo. El mismo monstruo invisible.
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