Monday, July 16, 2007

El Dj de Keats

Los locales bailables representan un modo institucionalizado de divertirse, y a pesar de que allí se consumen drogas y cantidades industriales de alcohol, se siguen ciertos rituales y reglas no escritas que constituyen la esencia de la convivencia de 1000 personas en un ambiente en el que tendría que haber 500, si éstas 500 quisieran estar cómodas. El asunto clave aquí es notar con cierto fastidio que uno, un pequeño ser humano perdido en el almanaque de la historia, es incapaz de sentirse cómodo en cualquiera de estos lugares. Las razones por momentos se hacen obvias, por otros resultan incomprensibles. En un primer intento, este posteo narraría mi incursión en una fiesta electrónica y el estupor ante el zoológico superficial que se desplegaba a mi alrededor, pero luego estuve en un boliche en el que no paraban de poner procura seducirme más y are you readyyyy?? y una epifanía o un derroche sutil de luz se me vino a la cabeza, dando pie a una idea que paso a explicar.

La noche no era muy distinta a otras, quizás la excepción la daba el clima extremadamente frío que congelaba las calles ya sin movimiento. Fuimos con Martín y Eugenio a un local bailable llamado Hispano, queriendo morir ante los embates terroríficos de Los Piojos modelo 95 o el clásico nefasto El Tiburón. Acodado contra la barra, tomando una cerveza sin gusto, acorralado por extraños, pensé súbitamente en el poeta inglés John Keats. Este muchacho compuso en 1819, a los 23 años, la famosa Oda a un ruiseñor, mientras descansaba en un jardín de Hampstead. Keats contrapone el concepto de individuo con el de arquetipo o especie. Para explicarme mejor, citaré a Borges que a su vez cita a Schopenhauer.
“La Oda a un Ruiseñor data de 1819; en 1844 apareció el segundo volumen de El Mundo como Voluntad y Representación. En el capítulo 41 se lee: “Preguntémonos con sinceridad si la golondrina de este verano es otra que la que la del primero y si realmente entre las dos el milagro de sacar algo de la nada ha ocurrido millones de veces para ser burlado otras tantas por la aniquilación absoluta. Quién me oiga asegurar que ese gato que está jugando ahí es el mismo que brincaba y que traveseaba en ese lugar hace trescientos años pensará de mí lo que quiera, pero la locura más extraña es imaginar que fundamentalmente es otro”. Es decir, el individuo es de algún modo la especie, y el ruiseñor de Keats es también el ruiseñor de Ruth”.

Sonreí apenas, mientras Martín miraba con desprecio a una pareja de gordos que se besaba descaradamente a tres centímetros de su posición. Sentí que el dj que pasaba música en ese momento era el mismo que viene pasando música hace años. Sentí que era un hombre sin rostro, el mismo hombre sin rostro que musicaliza cada una de mis salidas desde que tengo memoria, con las mismas canciones, con la misma carencia de buen gusto. Es ridículo pensar que el tipo que puso música hace 7 años en un local bailable de Comodoro Rivadavia es distinto a éste que, a 1800 kilómetros de distancia y separado por la barrera del tiempo, vuelve a hacer sonar un tema de Chayanne. Es fundamentalmente el mismo. El hecho de no verle la cara a los djs aumenta esa sensación, esa idea de anonimato que los aúna, que los iguala, que los vuelve la misma cosa.

Claro, era fácil mirar alrededor y notar que incluso los individuos que me acorralaban eran los mismos que me vienen acorralando en boliches bailables desde que tengo memoria. La primera vez que fui a bailar ya encontré a la linda, a la gorda, a la macanuda, al borracho, ya estaban ahí todos ellos y siguen estando, siguen cumpliendo al pie de la letra su papel. Lo divertido de ir a este tipo de lugares es, en mi opinión, eso, el ruiseñor entonando las peores melodías y la misma gente debajo del árbol bailándolas de la misma forma a través de los años. Las costumbres no han cambiado nada. Su superficie puede variar pero la esencia es la misma. Supongo que la sensación de incomodidad radica en eso, en la plena conciencia de la repetición y la voluntad vana de escapar del guión no escrito que parece regirnos.

¿Hay alguna forma válida de escapar? Claro que no. Incluso el estereotipo que yo represento ya se ha visto. Estuvo en muchos boliches y en muchos rituales sociales a lo largo del tiempo, incómodo contra un rincón, con la mirada perdida. Es muy probable, también, que alguna noche yo haya sido el divertido del grupo y que alguno me haya visto desde afuera y haya despreciado y envidiado mi capacidad de inserción. Es decir, es muy probable que alguna vez yo haya estado del otro lado, que yo haya sido el otro.

A lo largo de su vida uno es todos los hombres de la historia.

De todos modos, volviendo al tema de la música, lo que sorprende es cómo el ruiseñor que canta es el resultado de una forma de divertirse que, al parecer, ha triunfado plenamente en nuestra sociedad. Ciertas canciones y ciertas formas de baile parecen ser el modo institucionalizado de pasarla bien, y nadie se pregunta si eso es realmente divertido. A excepción de Capital, en el resto de las ciudades de nuestro país se pasan una y otra vez las mismas 200 canciones en cada uno de los boliches. Esto no deja de resultarme increíble. No hay opciones válidas ni una alternativa posible. En Capital podemos encontrar, sí, algunos lugares en los que pueden llegar a pasar The Fall o, no sé, algún tema festivo de Belle and Sebastian, pero tampoco allí son mayoría. Es decir, la diversión está estructurada en base a ciertas canciones o ciertos ritmos que imperan irremediablemente. ¿Qué pasa con aquellos a quiénes no les gusta esa música, esa forma de esparcimiento? Bueno, la respuesta es muy fácil: adaptarse o quedar al margen, a la izquierda de las dos rayitas coloradas.

Ya saben donde estamos nosotros. Recuerdo que, cuando estaba en la escuela, me hacían poner el nombre en el margen y las actividades diarias en la hoja propiamente dicha. Construyendo la analogía, podría decir que yo sé quien soy, que no me aboco a hacer tareas estúpidas dictadas por la gorda de turno sino que, en primer lugar, reflexiono, sabiendo que mi nombre está estampado en el papel. Es importante mantener la individualidad, ¿no? No hace falta bailar como un primate para pasarla bien.

Por cierto, a partir de ahora, cuando me pregunten qué onda la música?, yo responderé horrible, pinchó discos el DJ de Keats. Espero que se imponga. Creo que respondiendo eso ya sabremos que el inefable atrévete-te-te salte del clóset contaminó las almas sensibles de este mundo agridulce.

Nota posterior

Por si lo olvidaron, y volviendo al tema de los ruiseñores, los dejo con esta histórica sentencia del genial Emile Cioran.

“En un mundo sin melancolía los ruiseñores se pondrían a eructar”.

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